sábado, 2 de abril de 2011

Textos apócrifos: El circo

    Dos hombres estaban discutiendo violentamente en la calle y llegando a las manos cuando un policía que pasaba por allí se interpuso entre ellos y pidió explicaciones.

   
 —Verá usted señor agente —dijo el hombre alto y delgado—, este idiota y yo somos por desgracia familiares y nos disponíamos a unir conocimientos para escribir juntos las memorias de nuestro abuelo.
     —¡Pero él miente como bellaco y no quiere escribir la historia bien! —Saltó el otro hombre, más bajo y gordo.
    —¿Mentir yo? ¿Cómo te atreves? Eres tu, ignorante, quien no se da cuenta de las tonterías que dice, ¿un tigre tocando el saxofón? ¡Que estupidez!
    Una vena se hinchó en el cuello del hombre gordo y este se puso aún más colorado.
    —¡Un tigre! ¡Si señor! ¡Era un tigre tocando el saxofón!



    —Un momento, un momento —interrumpió el policía—. ¿De que están hablando? ¿se ha escapado un tigre?
    —Verá usted señor agente —dijo el alto, tratando de calmarse— Nada de eso. Es que nuestro abuelo era propietario de un pequeño circo, el Circo del Cristus ¿le suena?
    — Mmmmm.
    — Verá usted señor agente, nuestro abuelo tenía un animal amaestrado que era la estrella del circo, pero este desgraciado —hizo una pausa y señaló al hombre gordo—, se empeña en afirmar que era un tigre que tocaba el saxofón. ¿Se lo puede creer? No pienso poner eso en las memorias de mi abuelo.
    El policía meditó unos instantes y dijo:
    —Hombre, yo pienso que un tigre podría morder la boquilla del instrumento y al exalar el aire...
    —Nada de eso, señor —saltó el gordo—. Ese tigre interpretaba piezas de jazz con suma delicadeza
    —¿Lo ve? A eso me refiero. No pienso poner esa estupidez en las memorias de nuestro abuelo —dijo el  alto—. Él lo que tenía era un león que tocaba la harmónica. Rancheras clásicas y música country...




    —¡Era un tigre!
    —¡Un león!
    —¡Era un tigre, mentiroso!
    —¡Era un león, ignorante!
    —¡Basta! —interrumpió el policía.
    —Vamos a ver si nos calmamos. ¿Por que no le preguntan directamente al dueño del animal? Es más, ¿por que no escibe él mismo sus propias memorias? En eso consisten unas memorias.
    —Oh, eso no puede ser —dijo el rechoncho.
    —Verá usted señor agente, nuestro abuelo murió hace muchos años —dijo el alto.
    — Estaba entrenando a las pulgas trapecistas, cuando una de las pulgas falló el salto y calló sobre nuestro abuelo.
    — Aplastándolo al pobrecillo.
    — Murió en el acto, fue un terrible accidente, una desgracia.
    — Pero la pulga sobrevivó. Nuestro abuelo salvó a la pulga.
    — Su muerte no fue en vano. Él salvó a la pulga ¿lo entiende?



    El policía se quitó la gorra para secarse el sudor con un pañuelo y resopló. Durante unos instantes dudó si llamar al manicomio o dejar a aquellos dos individuos peleándose a su aire en plena vía pública, pero pensó en la larga jornada de aburrida patrulla que quedaba por delante y finalmente pareció animarse a seguir con aquellos dos personajes.
    —Vamos a ver ¿hay algún documento gráfico de la mascota? ¿Algún recorte de prensa? ¿Algo que arroje alguna luz acerca de que tipo de animal estamos hablando?
    —No señor, no hay tales pruebas —dijo el gordo—, solo lo que mi padre me contó. Y mi padre me contó que era un tigre.
    —Vera usted señor agente, el mío me dijo que era un león.
    —Y ustedes ¿cómo lo recuerdan?, ¿como tigre o como león? —dijo el agente.
    — Nosotros no conocimos personalmente a nuestro abuelo ni al animal en si, solo la historia que han contado nuestros padres, que en paz descansen, y por eso vamos a ponerla por escrito. Lo titularemos E. Van Gelio, un hombre excepcional.
     —Verá usted, señor agente, nuestro abuelo era un hombre excepcional.
    — Más que eso, era el mejor de los hombres. Sin duda.
    — Yo incluso diría que era divino.
    — Que buena idea, podemos poner eso también.


    En ese instante el walkie talkie del policía emitió una llamada tenue y distorsionada que requería al agente para asuntos más importantes
    —Recibido, Charlie-cinco, en tres minutos estoy allá.
    —Verá usted señor age...
    —Se acabó señores. Avisados quedan. No se permiten peleas en la vía pública. Alteración del orden público. La próxima vez tendré que llevarlos al cuartel hasta que se calmen. Y en cuanto al animal, dejen de discutir por eso, pueden poner en las memorias que se trataba de un gran felino.


    El policía se perdió tras una esquina y los dos hombres se quedaron bastante satisfechos con la idea.
    —Tiene razón, al fin y al cabo era un felino.
    — Si, y no faltaremos a la verdad si escribimos que Fred era sencillamente un felino.
    El rostro del hombre gordo cambió súbitamente de expresión y agarrando con furia las solapas de la chaqueta de su compadre exclamó:
    — ¿Fred? ¿Fred? ¡Ese tigre se llamaba Roger!
    — ¡Fred era un león! ¡Y tocaba rancheras con su harmónica!
...